Lo que quiero decir es más o menos...

más o menos... el espacio que hay entre palabra y palabra.




domingo, 4 de abril de 2010

"Tú designas que abunden los pastos"



“Uno no descubre nuevos territorios a menos que consienta perder de vista la costa por un largo tiempo.” André Gide.

Todavía no abrió los ojos, pero ya está despierto. Lo primero en percatarse del mundo son los oídos, simplemente porque no pueden dejar de hacerlo y no porque haya de su parte alguna voluntad de escuchar. Atroz silencio de domingo en el Madrid alejado de los circuitos turísticos.
Los ojos insisten en no abrirse. O no insisten; no es insistencia, es algo más cercano a la indiferencia. Simplemente no se abren y listo, eso es todo. Pero si se acostó temprano y durmió toda la noche sin siquiera tener algún sueño que recordar. Será eso. La atroz nada de la noche anterior, como el atroz silencio que le traen los oídos ahora.
Se abren al fin, esclavos, después de todo, de la voluntad de la mente. Nada. Nada nuevo. Las paredes de siempre, las cortinas azules, los cuadros que ya conoce. Todo envuelto en una penumbra pixelada por motas de luz que lo hacen sentir parte de una foto en sepia.
Saca, por fin, la pierna derecha de la cama y da por empezado un día sin propósitos. Como los oídos no deciden aún qué les apetece, desayuna en silencio. La ventana de la cocina todavía cerrada y la tostada sin untar lo ayudan a undirse un poco más en la incomodidad de la silla de madera mientras la sensación del calor de la cama casi le hace mover los pies por el pasillo en dirección a la habitación. Un casi que se convierte en acto después de apurar el último sorbo de café. Y hacia allí va, a esconderse otra vez; pero como todos los casi, este también deja un resquicio por donde cualquier posibilidad puede entrar. Un casi es la puerta directa al cambio de planes y… Los rayos que, en completo silencio, hacen astillas la penumbra, lo llevan hasta el comedor, donde las hojas del ficus desparraman la claridad por todos los rincones. Se acerca a la ventana.


Domingo de brisa fresca pero sol generoso que multiplica su calor al atravesar los cristales cerrados. Dentro, el aire no corre y asentúa así la quietud.
Román descuelga su peso contra el vidrio, los brazos cruzados bajo el pecho; siente el calor a través del sweater verde. Todo está quieto, pero la tensión de los músculos se intuye bajo el tejido de polyester; su cuerpo está atento a la señal de partida que los pensamientos inhiben.
La gente camina por las veredas, cruza las calles, se para en los semáforos. Hablan, se ríen, hacen compras. Ve un cuadro, pero sabe que hay algo más allá. Parques, jardines, edificios, más calles, más gente.
Incesante rumiar de ideas que no hacen más que detener la acción. Hasta ellas deben parar su derrotero para respirar. Entonces, en un segundo de intrepidez, sus músculos se desbocan. Nada lo detiene ya hasta que el aire frío le toca la cara, el cuello, las manos, se cuela por las mangas de la chaqueta y le inunda el pecho. Respira ondo y sonríe.
Ahora está dentro del cuadro. Como Velázquez en “Las Meninas”, encontró la manera de ser parte. Disfruta del sandwich de salame y el calor del sol en piel, en un mundo tridimensional.

Receta asociada:
http://recetariodeanaqueles.blogspot.com/2010/05/pan-de-pita-o-pan-arabe.html

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