Lo que quiero decir es más o menos...

más o menos... el espacio que hay entre palabra y palabra.




miércoles, 24 de noviembre de 2010

Impasse...



Me estiro en una curva gatuna que deja ver el perfil de mis costillas. Llego a tocar con el brazo derecho el ordenador sobre la mesa. Se me tensan los músculos con el recuerdo de una caricia en la cintura; de un recorrido imaginario que descubre mi espalda. Una pierna se desliza fuera del sofá sin que trate de impedirlo. Me duele el cuello y tengo los pies un poco fríos.
Entra un sol neblinoso de invierno por la ventana. No cerré las persianas porque la siesta la duermo con la luz que ofrezca el día y sin pijama.
Uno de mis gatos trata de no perder su lugar de privilegio en la manta mientras yo me dejo caer para terminar sentada en el piso, la remera levantada por el roce del sillón, dejando ver parte de la piel erizada de la espalda en contacto con el aire frío de la habitación que empieza a oscurecerse en una mezcla de luces y sombras que anuncia un anochecer otoñal. Uno de esos que ya están cerca del invierno.
Las plantas de mis pies reconocen el parquet; sintético, liso y se estiran los dedos hasta arañar la alfombra mullida, obligándome a levantar los muslos que se hielan mientras cae la manta. Mis brazos se alargan hacia la pared cubriéndose apenas con mis rizos. Se arquea mi espalda, cada vértebra al máximo. Fuerzo los hombros contra el sofá, que sede, hasta que se tocan los omóplatos.
Los ruidos que llegan de la calle son quedos y espaciados; despertándose, como yo, en una tarde de domingo. Un despertar que nunca llega a concluir, porque las tardes de domingo en invierno son como una duermevela de la ciudad.
La cabeza hacia atrás descansa en el asiento, contra el respaldo, dibujando el cuello en una línea que se adivina contra las últimas luces de la tarde. Me estremezco entera, como si toda la energía saliera desde el centro de mi, por cada centímetro de piel para rodearme de mi propio calor. Una especie de terremoto, de explosión interna que llega a mi superficie en forma de cosquillas de placer y me deja en paz, para volver acurrucarme; las rodillas contra el pecho, el gato ovillado a mis pies y la promesa de unos labios en el vientre.

Receta relacionada...
http://recetariodeanaqueles.blogspot.com/2010/11/sabor-de-invierno.html

1 comentario:

Sergio dijo...

todo ruido es quedo, al entrar.